Fue o Kierkegaard o
Wittgenstein (o alguno de esos filósofos alemanes que te hacen sonar muy culto
si les mencionas el nombre) quien dijo que el concepto de 'sexo' conecta una
multitud de actividades que no son objetivamente semejantes entre sí en el
universo objetivo (actividades como el coqueteo inocente de adolescentes, el
acto de coito en sí, toda la semiología del matrimonio monógamo, la industria
de pornografía, los tabús conservadores de la religión, etc.), uniendo con una sola
etiqueta toda una colección casi-aleatoria de prácticas culturales colectivas como
demasiadas personas bajo un sólo paraguas.
Pues para mí es un poco lo
mismo con 'escribir.' O sea, un antropólogo nos dirá lo que es escribir como
una práctica colectiva inventada por miembros en un dado contexto
sociocultural. Luego los sicólogos nos dicen cómo funciona el procedimiento
cognitivo de leer. Sale pues el Omar Khayyám con sus lamentos poéticos del Moving
Finger que having writ writes on. Es decir que no creo que haya un solo modo de
capturar o captar lo que es escribir. Tal vez esté yo aquí aventando espagueti
hacia la pared para ver qué ideas pegan, pero para mí escribir ha sido un
proceso a la vez atrevido y terapéutico. Ahí te va pues la atréveteterapia.
Para mí, escribir es el
acto sumamente egoísta de pedirle el tiempo y la energía de otra persona. En
inglés hay esa metáfora de un comportamiento tan odioso 'that sucks all the
energy out of a room.' Quisiera notar que el proceso de leer y pensar requiere
actividad cognitiva, lo cual requiere un proceso metabólico para que las
neuronas disparen en el cerebro, lo cual requiere oxígeno. Así que, cuando
expongo al lector a mi escritura, ando literalmente sucking at least some
oxygen out of the room. Oxígeno cuyo opportunity-cost es altísimo en la época
del smartphone. Mejor que valga la pena lo que escribes.
¿Habrás oído alguna vez
que según Noam Chomsky el lenguaje evolucionó para dejarnos pensar, en vez de
para dejarnos comunicar? No sé si esté de acuerdo al cien por cien con esta
posición, pero esta idea de Chomsky sí capta una realidad sobre la cognición. Según
cuentan que los pacientes que padecen de demencia pueden mantener una vida más
normal si dejan etiquetitas Post-It por
su casa, recordándoles que el martes tienen cita con el dentista, o que la
pasta de dientes está en el gabinete de la izquierda, o que tienen que tomar tres
píldoras por día, etc.
Cuenta un tal filósofo, pues, que estos Post-Its forman
parte de la mente de la persona: el trabajo de archivar una memoria se exporta
al mundo externo, de tal modo que for all intents and purposes el ambiente forma parte de la cognición
del individuo en vez de ser algo ajeno a ella.
Ahora, cuando imaginamos
palabras mentalmente, por un breve periodo de menos de dos segundos estas
palabras se repiten en el tal loop fonológico de la memoria de trabajo. Pero
cuando una frase o una palabra se escribe en el Microsoft Word, libera nuestra
capacidad de prestar atención para poder entonces pensar en otras cosas. Es
como pasar algo a la mano izquierda para liberar la mano derecha y así poder
cumplir otra tarea simultáneamente.
Y luego ando yo en mi vida
cotidiana, lidiando con problemas irrelevantes y obsesionándome demasiado con
mis estúpido jueguitos de ajedrez de mi vida social y profesional, con la mente
bien colonizada por YouTube y Facebook, y cada vez que me surge una idea
nueva—pero de veras nueva, una idea que rete mi punto de vista por lo menos un
poco y que me cause una incomodidad al revelar las contradicciones infantiles que
forman la base de mi modo de pensar—pues tengo el hábito de dejar ese
pensamiento doloroso pasar en vez de lidiar con él.
En vez de eso, traducir mis
ideas a palabras escritas literalmente me deja ver mis pensamientos, me deja observar
un pensamiento mientras tenga una mayor capacidad de evaluarlo apropiadamente.
El hecho que la palabra esté en la pantalla me quita la chamba de mantener el
pensamiento en mente a la vez que lo digiera.
Ando como una oruga
gateando por la vida masticando pura chatarra de pensamiento. La escritura me
cataliza el proceso de metabolizar la mierda existencial. Es como un remedio
para piedras en el riñón: el pensamiento doloroso con que tendría que lidiar
por meses se me pasa en una semana. Todavía duele, pero por lo menos un poco
menos.