Tuesday, February 11, 2020
Masoquismo
10am: La madre, el padre, y el hermanito menor se habían ido al único Starbucks del pueblito, uno de los pocos lugares por allá donde había conexión de Internet decente. El hermano mayor, en vez, optó por quedarse en casa con la excusa que necesitaba un tiempo sólo para descansar. Bueno, no realmente "en casa"-- se trata del hogar de infancia de la madre donde vivía la rama redneck de la familia. Era una casucha de madera al lado de un lago en las montañas del sur de California (¿a que no sabías que no todo Southern California es playa tropical y que también existen tales ski towns por allá?). Es un pueblo simultaneamente olvidado y exploitado, en esta temporada lleno de turistas cagalanas de Los Ángeles [los tales flatlanders] y, más y más en estos últimos años, también de turistas mexicanos no-chicanos fresitas con rostros europes y acentos de chilango, y también de turistas coreanos clavados en el consumismo inocente.
Descansar--¿a que estás cansado después de estar flojeando así por días enteros?, pregunta el padre. La respuesta interna y no vocalizada del hermano--pues después de tanto pleito familiar.
Era invierno, o más bien ese periodo después de toda la danza de Navidad y de año nuevo: enero 2, enero 3, etc., el nadir del ciclo anual de los días festivos que cronometran el paso de los meses y las temporadas [en alemán, Zeitgeber: 'lo que da el tiempo']. Tiempos de flojera que no se puede disfrutar por la monotonía que impone.
11am: Se enciende la compu del hermanito. ¿Pa' qué necesita 32 gigabytes de RAM si el bato apenas tiene 15 años? Bueno, sirve para aprovechar la oportunidad de regresar a la infancia con un poco de videojueguería. Se enciende el Shogun. Ejercitos de samurais se ponen a marchar pa' riba y pa' bajo por las islas de Japón. La músiquita esa con escalas cromáticas asiáticas, combinado con el graphics chip no-sé-qué 3D de Nvidia pinta el siglo 16 de acuarela pixelada. Hoy hace sol, y el reflejo de la luz del día por la nieve y el lago hacen lucir el cuartito ese de la segunda planta.
12pm: Una vez tras otra se masacran los pobres campesinos ashigaru reclutados a la mera hora para defender el castillo de los cabrones esos del enemigo. Por errores estratégicos la preparación no ha sido adecuada para absorber la venganza del emperador. Con cada derrota se re-inicia la batalla (¿se considera trampa?). Por afuera el día sigue bonito.
2pm: Las piernas cruzadas, la postura hecha mierda de tanto asomarse por el escritorio, los ojos que no han tenido la oportunidad de relajarse ya que han estado enfocados en la pantalla a más o menos 50 centimetros de lejos. La circulación sufre de tanta agachadera. En el cerebro los receptores de dopamina ya se han acostumbrado al encanto fácil y superficial del juego. Los pensamientos se desaceleran y ahora se convierte en obsesión esto de defenderse de los putos samurai. Hombre, que uno de ellos vale por diez malditos campesinos!
3pm: Ya han llegado unas nubes, y el cielo por la ventana no es tan claro como antes. Oscurece el cuarto. La peor parte es que no durará mucho más el día--si no se sale a caminar o respirar un poco ahora, pues se habrá perdido la oportunidad, y el bonito tiempo de hoy habrá sido oficialmente desperdiciado. Los ashigaru siguen en su martidomo perpetuo -- no importa cómo se modifiquen la iteración, no cambia el hecho cruel que un samurai bien entrenado le parte la madre a un campesino sin problema ningún. Ahora la victoria no es algo que se anhela: es una obsesión, perseguida sin placer ningún. Y el cuerpo humano no deja de ser cuerpo humano. Es decir, no deja de pudrirse si no se mueve.
4pm: Que se joda el castillo y que se joda el imperador y que se joda Japón. Ahora el cuarto ya está basicamente oscuro. El tiempo se derrite y se diluye. El silencio del pueblo, antes una delicia, ahora es opresivo. Ruido blanco en la mente. No más ganas de hacer nada. Ningún placer en hacer nada.
5pm Como si por un esfuerzo heróico surge un toquecito de ánimo de iniciar a lo siguiente, a lo que siga, a lo que sea que siga. En el pequeñito baño de la segunda planta, entre los paperbacks amarillentados (por la mayoría cheesy potboilers que sirven mejor como leña que como novelas), se descubre un libro de los 60s sobre la historia de Asia. Una languida y deliciosa lectura sobre los Chan y los Wang y quien sabe qué otro nombres de dinastías desde hace siglos (¡los pobres que murieron por nada en esas guerras..!).
6pm. Se despierta de una siesta inesperada pero bienvenida. Con el cerebro refrescado un poco, se saluda con alegría la familia que acaba de regresar del Starbucks.
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