Es mejor ignorar. Blog #6

A ellos ya no parece importarles su presencia. En cambio yo aún no me acostrumbro a ternerle viviendo aquí. Siempre he creído que ya vivía aquí mucho antes de que nosotros nos mudáramos y que por esa razón se manifiesta cada vez que puede como queriendo ahuyentarnos. Todos los días a la misma hora, desde que habitamos esta casa no deja apagarnos las luces, dejándonos completamente a oscuras. Durante las noches no nos deja dormir en paz con ese ruido que produce: un sonido que parece un auillido desgarrador que hace que se pierda la paz y tranquilidad de nuestros sueños mientras dormimos. Cuando llegamos a casa después de una larga y cansada jornada nos recibe con un inmenso desorden en la sala: los libros del librero caídos al piso, el perchero y los abrigos en el suelo y empapados en la viscosidad que supura de su pequeño y regordeto cuerpecillo. Cuando nos disponemos a comer todos juntos a la mesa, no deja de mirarnos fijamente con esos ojos tan negros y penetrantes que pareciera que puede verte hasta el alma. Causa tanta incomodidad que hay que levantarse y alimentarle de exactamente lo mismo que estamos comiendo. Cada vez que me quedo sola en casa, me atormenta con sus jugarretas de andar tras de mí por cada rincón, lamiendo y dejando su suciedad por toda mi habitación: dejando mis libros empapados en su asquerosa viscosidad, mis prendas desgarradas y mi cama hecha toda un chiquero. No hay manera de hecharle de la casa. Lo hemos intentado de mil maneras y ninguna da resultado. La última vez que quise hacerlo por mi propia cuenta terminé con el hombro dislocado, la nariz ensangrentada y el tobillo torcido. Desde entonces no me quedaron más ganas de deshacerme de él y mi familia, al ver en qué estado me había dejado al intentar echarlo, dejaron de quejarse de su presencia. Hoy en día es mejor no prestarle tanta atención, así no te das cuenta de su presencia.