Diario de sueños (Blog #8)

Primer sueño: Me encontraba sola dentro de un armario completamente oscuro, mis manos atadas detrás mío y mi boca cubierta con un pedazo de cinta. Muerta de miedo traté de gritar para pedir ayuda. De repente abrió la puerta del armario el guapísimo Jason Statham sosteniendo en sus manos un arma. Me ayudó a levantarme y a liberarme. Tomándome de la mano me guió por un pasillo oscuro que llevaba hacia la puerta principal de la casa una de mis once tías abuelas en México. Me dijo que siguiera por la banqueta y que por lo que más quisiera, no dejara de correr. Corriendo a toda velocidad y sin mirar hacia atrás escuché varios disparos detrás mío. La calle por la que iba corriendo no tenía salida.

Segundo sueño: Mi prima insistía en que bajáramos las escaleras completamente descalzas y que nos aventáramos desde el vigésimo escalón. Como siempre, yo me oponía a cualquiera de sus ideas. Me comenzó a jalonear del brazo insistiéndome para que saltara junto con ella. Al seguirme negando llamó a tres conocidos nuestros para que le ayudaran. Entre todos, sostuvieron cada una de mis extremidades y a la cuenta de tres me tiraron a una alberca que justo estaba al pie de las escaleras. Nadé hacia la orilla y todos me ayudaron a salir sin dejar de burlarse. Comencé a subir las escaleras y esta vez al llegar al vigésimo escalón, yo solita me aventé.

Tercer sueño: Mi familia y yo estábamos en la sala de la casa comiendo tranquilamente palomitas y viendo el televisor. De repente todos decidimos levantarnos y dirigirnos a la puerta principal. Salimos hacia el estacionamiento y nos subimos a la camioneta. Dentro de la camioneta mi padre sintonizó una de las tantas estaciones de radio que normalmente escuchamos. Yo miraba hacia una de las ventanas y de repente escuché a mi papá gritar con emoción: —¡Me encanta esta rola!— Le subió al volumen y todos nos unimos a una sola voz cantando el himno nacional mexicano.

Cuarto sueño: Estaba vestida de blanco, con un vestido simple y entallado que no me gustaba en lo absoluto. Mi amiga areglaba mi tocado y me retocaba el maquillaje. Ya frente al juez, le di el sí. En ningún momento durante toda la ceremonia ni en la recepción logré verle el rostro. Parecía algo así como el "el jinete sin cabeza" de las leyendas. Mis padres me preguntaban con mucha angustia si estaba segura de que no quería una fiesta más grande, y claro, una boda por la iglesia como dictan las normas conservadoras. A lo que yo respondí con toda seguridad y sin preocupación alguna: —¿Y por la iglesia para qué, si seguramente muy pronto nos vamos a divorciar?